domingo, 14 de julio de 2013

Sensibilidad, amistad y naturaleza de la mano de Ignacio Sanz y Ester García


Ignacio Sanz
Ilustraciones de Ester García
Edelvives, 2013
XXIV Premio de Literatura Infantil Ala Delta

El hombre que abrazaba a los árboles es el libro ganador del XXIV Premio Ala Delta de la editorial Edelvives. Ignacio Sanz, autor de esta tierna historia, ya obtuvo el mismo premio en 2010 con Una vaca, dos niños y trescientos ruiseñores. El premio de este año es un libro bello por lo que cuenta, por cómo lo cuenta y lo vemos visualmente.
Un relato que nos cuenta Felicidad, una niña que vive en Piñares y que nos cuenta la vida de su vecino, un viejo leñador amante de los pájaros, de los árboles y, en definitiva, de la naturaleza y de todo lo que nos da y podemos disfrutar de ella si la cuidamos.


Marcial que así se llama el viejo amigo de Felicidad, mantiene largas conversaciones con esta pequeña quien nos cuenta, con la inocencia de una niña, las historias que le narra el leñador y también las que vive gracias a él. La naturaleza está presente desde el principio hasta el final de la historia, el verdadero amor que siente Marcial por los árboles y todo lo que los rodea. Sabe cada detalle de cada ave o animal que ronda por los bosques desde las urracas hasta las ardillas y así se lo cuenta a la pequeña que va aprendiendo a disfrutar de la naturaleza como su amigo.

El fragmento cuando Felicidad nos cuenta que Marcial impidió que talaran un árbol de su pueblo porque él decía que se podía salvar de la enfermedad que padecían el resto es para disfrutar, así como el resto de la novela.

Según Ignacio Sanz, «la historia parte de un hecho real: un olmo que ahora luce espléndido en el Paseo Nuevo de Segovia, salvado por la terquedad de un hachero que se negó a talarlo. Lo que late en la historia es una mirada hacia la naturaleza y hacia la gente solitaria y desvalida que no se da por vencida y tiene por aliada una imaginación prodigiosa». 

Esta historia es pura sensibilidad hacia el entorno natural y no es la primera vez que Ignacio Sanz nos remite a la naturaleza en sus historias. Una historia muy tierna que también se refleja en la relación entre el adulto, Marcial, y la pequeña Felicidad. Una relación en la que primero uno cuida de uno y es quien le cuenta historias y luego es ella, la niña, quien lo cuida y le cuenta sus historias. Una relación entre generaciones que debería ser un reflejo de la realidad.


La maravillosa ilustradora Ester García nos transporta a un mundo imaginario y fantasioso con sus cálidas y delicadas ilustraciones.

Esas urracas con corona, ese cerdo volador y esas ardillas pájaro quedarán en vuestra retina para siempre. Las miradas tiernas y expresivas entre Marcial y Felicidad nos develan la complicidad que hay entre los dos.

Ester García cuida en detalle sus magníficas ilustraciones para expresar visualmente lo que cada uno de los personajes que ha creado Ignacio Sanz desprenden. Esa admiración de la pequeña Felicidad por su maestro en conocimientos que es Marcial o esa mirada perdida y envejecida de Marcial cuando no reacciona. Esta última imagen –con un Marcial perdido y con los árboles talados en su cabeza) es el reflejo de que la ilustradora trabaja en profundidad el sentido de las palabras de las historias que recrea.


En resumen, un texto sensible donde la naturaleza y la relación entre generaciones son protagonistas de la historia. Un libro muy recomendable en vuestras bibliotecas tanto para jóvenes y mayores. 

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